Mifune y su disfraz de samurái
me hicieron respetar los crisantemos,
granates como el sol que nacer vemos
en el vientre del noble Nakadai.
Comamos triste mijo si es que hay,
o el tuétano del odio devoremos;
no habrá una telaraña que no ansiemos
entre el confín del mundo y el Catay.
Termine ya esa lucha fratricida
de aliento shakespeariano occidental.
Prefiero fortalezas escondidas,
Cazadores de frío, el ancestral
pundonor en victorias y caídas
que no distingue el beso del puñal.
Soneto recitado en La trinchera de Argo #7